jueves, septiembre 14, 2006

Un comentario de Justo Serna sobre memoria y creación literaria

"Crecemos, maduramos, envejecemos y nuestra vida se multiplica, se satura con recuerdos de circunstancias, de acontecimientos: en nuestro interior se agolpan y se yuxtaponen evocaciones que se alojan al margen de la importancia que a esos hechos recordados les demos, al margen de la relevancia histórica o personal. Hay cosas que nos dejan indiferentes y que, por razones que ignoramos, persisten en nuestro fuero interno, trozos o restos del pasado que perseveran en nuestro interior.

Pero hay, además, otras cosas que jamás nos han sucedido, historias que nos cuentan, fantasías de hechos no ocurridos en los que nos aventuramos, gestas o laceraciones imaginarias de las que creemos haber sido protagonistas, audacias que nos atribuimos, quimeras o actos inexistentes que, sin embargo, se depositan en nuestra psique, ocupando un lugar, desplazando incluso la reminiscencia de avatares verdaderamente ocurridos.

Es decir, en el ejercicio de la memoria se da la evocación de acontecimientos reales y de los que hemos sido protagonistas o testigos; se da también el recuerdo de episodios menores que, por algún azar asombroso, los retenemos sin que haya circunstancia especial que lo justifique; se da, en fin, la rememoración de hechos no sucedidos, de hechos que no nos han ocurrido, que sólo pertenecen a otros, y que, por alguna suerte de prodigio o de delirio, los tomamos como ciertos, hasta el punto de tener de ellos una imagen vívida, literal.

La memoria no es un atributo menor: es nuestra principal herramienta o virtud. Después de la muerte, lo peor que nos puede acaecer es justamente la pérdida de la memoria, olvidarnos de nosotros mismos, que es la forma de erosionar o eliminar una identidad.

Nuestra vida es un relato o, mejor aún, una sucesión no siempre ordenada ni congruente de relatos en los que nos narramos y nos explicamos, encajamos piezas con un significado. En la existencia corriente es más doloroso perder el significado global de lo poco o mucho que recordamos, el relato que nos da asiento y estabilidad, aunque sea dañino, que olvidar este o aquel hecho.

Es decir, muchas veces preferimos vivir en la mentira, en el sentido engañoso de las cosas pasadas, que afrontar las verdades incoherentes y fragmentarias de nuestro ser. Por eso, en la vida ordinaria lo falaz no suele ser el fardo del que nos desembarazamos; por eso, no nos aprestamos todos e inmediatamente a buscar la verdad.

Deseamos más un relato coherente y estable que una verdad troceada. Más que perseguir lo cierto, entonces y ahora anduvimos y andamos tras lo que hace consistente y duradera la identidad, aquello que da estabilidad y sentido a la biografía.

Podemos vivir en la mentira, podemos crecer, madurar y morir envueltos en recuerdos engañosos, en recuerdos creadores o encubridores, y sin embargo no sentir fastidio, no sentir la doblez de nuestra vida. La idea de sucesión con que pensamos nuestra vida requiere un relato. Eso es lo capital, no lo que recordamos o el número de las cosas que recordamos."

(Extracto del artículo "Las novelas o las vidas")

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